
En una nueva muestra de su estilo provocador y desinformado, Roberto Pettinato arremetió contra uno de los patrimonios culturales más ricos de Argentina: el folklore. Lo hizo con ironías vacías y desprecio explícito, al afirmar en su programa de streaming que el género le “avergüenza” y que no lo entiende, burlándose de instrumentos y sonidos tradicionales con frases como “charanguito, bombito”.
El exsaxofonista de Sumo —banda que, paradójicamente, combinó lo alternativo con raíces culturales— volvió a ser noticia no por su talento musical ni por aportes sustanciales al debate artístico, sino por su capacidad de descalificar con liviandad aquello que desconoce. No es nuevo: Pettinato ha construido buena parte de su figura mediática a fuerza de sarcasmo y transgresión superficial, pero esta vez tocó una fibra sensible.
El folklore argentino no es solo música: es historia, identidad, territorio, y resistencia. Es la voz de pueblos originarios, del interior postergado, de los trabajadores del campo, de la memoria viva. Despreciarlo en una frase no es solo ignorante: es violento. Es invalidar siglos de cultura popular que siguen latiendo en peñas, festivales, escuelas y fogones de todo el país.
Músicos como Lázaro Caballero y Peteco Carabajal reaccionaron con firmeza, defendiendo con altura lo que Pettinato intentó ridiculizar con cinismo. “No sabés nada, hermano”, dijo Lázaro desde un escenario. Peteco fue más allá: “Sus palabras dicen más de él que del folklore”. Y tienen razón. Detrás de su burla hay una incapacidad de ver más allá de la superficie, una miopía artística y social.
El desprecio de Pettinato refleja un problema más profundo: el centralismo porteño, el elitismo cultural, y una mirada que sigue subestimando lo que suena a tierra, a provincia, a raíz. Esa mirada que, desde la comodidad de un estudio con luces, se permite reírse de lo que otros viven, sienten y heredan con orgullo.
No se trata de obligar a nadie a que le guste el folklore. Se trata de respetar. Y cuando una figura pública, con llegada y micrófono, lo ataca con semejante ligereza, es necesario marcar el límite. Porque la libertad de expresión no es una licencia para el desprecio gratuito.
Roberto Pettinato eligió burlarse del folklore. El folklore, en cambio, elige seguir siendo voz de los pueblos, de los cerros, del río y del bombo. Y eso, señor Pettinato, está muy por encima de su “vergüenza”.
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