
En una tarde que quedará grabada a fuego en el corazón de los canallas, Ángel Di María escribió con su zurda dorada una de las páginas más emocionantes en la historia del clásico rosarino. En su regreso al Gigante de Arroyito, el campeón del mundo rompió el partido con una joya de tiro libre que sentenció el 1 a 0 ante Newell’s y desató la locura en las tribunas.
No venía haciendo su mejor partido, incluso algunos pases se le habían escapado. Pero cuando la historia pedía héroes, Fideo se vistió de leyenda. A los 67 minutos, con una sutileza de antología, la colgó del ángulo. Inatajable. Imposible. Eterno. Así, el hombre nacido en el barrio rosarino de Perdriel cumplió su sueño y le regaló a Central un triunfo que se gritó con el alma.
“Esto lo soñé toda la vida. Volver y vivir algo así… no tengo palabras”, dijo entre lágrimas al final del partido, rodeado de sus hijas, Mía y Pía, con las que había entrado a la cancha horas antes. Era una señal. El destino le tenía preparada esa postal imborrable: el Gigante rugiendo su nombre, la emoción pura y un gol para toda la vida.
Un Central con alma y convicción
Rosario Central fue el equipo que salió a buscarlo desde el primer minuto. Con un planteo ambicioso de Ariel Holan, que apostó a un solo volante central, el equipo canalla manejó más y mejor la pelota. La defensa se mostró sólida, con un gran trabajo de Komar y Quintana, que supieron neutralizar a un desdibujado Cocoliso González.
Franco Ibarra fue el motor del medio campo: arrancó dubitativo, pero creció con el correr de los minutos y terminó siendo el sostén de un equipo que nunca se desordenó. Coronel, por su parte, fue una de las grandes figuras silenciosas: firme en la marca y protagonista en la jugada que derivó en el tiro libre del gol.
Aunque no tuvo muchas, Alejo Veliz se encargó de incomodar siempre a la defensa leprosa y demostró que es una pesadilla en cada pique. Y hasta Campaz, pese a fallar un mano a mano, aportó dinamismo y presión constante.
Y detrás de todos, un Broun espectador de lujo, que no tuvo que intervenir: el arco de Central fue un territorio inexpugnable.
La emoción del ídolo
Pero más allá de los rendimientos, la historia fue de él. De Ángel. De Rosario. De una vuelta soñada. “Hice el gol y se dio… el destino es así. La vida me llevó por muchos lados y termino volviendo al lugar donde soy feliz de verdad”, confesó Di María, mientras las lágrimas le corrían por la cara. No se olvidó de nadie. “Esta victoria es para la gente y toda mi familia, mi mujer, mis hijas, que sufrieron conmigo”.
La ovación fue ensordecedora. El Gigante se rindió a sus pies. Porque este no fue un clásico más. Fue el clásico de Di María. Fue el clásico del corazón. Fue el clásico de la zurda mágica que volvió para hacer feliz a todo un pueblo.
Y en el cierre, antes de dejar la cancha, soltó una frase que ilusiona a todos los canallas:»Me gustaría ser campeón con Central».
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